- El marco presentado anteriormente es básico, en el sentido de que describe un esquema mínimo para ampliar la capacidad de respuesta, desde que empieza la situación de emergencia hasta el periodo de recuperación. Es fundamental que los programadores sean también conscientes de las prioridades transversales que son necesarias en cualquier esfuerzo estratégico por combatir la violencia contra las mujeres y las niñas. Estas prioridades están estrechamente ligadas a los principios rectores básicos para hacer frente a la violencia de género. (Adaptado de USAID, UNICEF, UNFPA, UNIFEM, 2006,)
1. Empoderar a las mujeres y respaldar los programas de igualdad de género. Toda intervención que pretenda poner fin a la violencia contra las mujeres y las niñas debe prestar atención a la desigualdad de género y ser más consciente de que la violencia contra las mujeres y las niñas es un problema de derechos humanos, que perjudica al conjunto de la comunidad. Es imprescindible encauzar los programas y las políticas hacia la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres. No obstante, es importante que los socios que trabajan sobre la violencia contra las mujeres y las niñas en contextos humanitarios entiendan que la labor de incorporación de la perspectiva de género y los programas sobre violencia contra las mujeres y las niñas son complementarios, no intercambiables. Las cuestiones de género son un tema transversal y deben seguir plasmándose en los programas sobre violencia contra las mujeres y las niñas, como componente específico de la prevención contra este tipo de violencia. Los demás actores —como los asesores GenCap, los grupos temáticos sobre género y los coordinadores de las cuestiones de género de entidades y organizaciones— deben asegurarse de que las responsabilidades en materia de incorporación de una perspectiva de género (tal y como se define en el Manual del IASC sobre cuestiones de género en la acción humanitaria) se cumplan cabalmente en todos los sectores de la respuesta humanitaria. Dentro de lo posible, los actores del ámbito de la violencia contra las mujeres y las niñas colaborarán sobre el terreno con los expertos en cuestiones de género, a fin de garantizar que las actividades de programación en materia de género y de violencia de género se refuercen mutuamente.
2. Promover los procesos participativos que incluyan a todas las partes interesadas Es necesario emprender amplias reformas, tanto desde arriba hacia abajo como desde abajo hacia arriba. Las actividades que movilizan a los ciudadanos de las comunidades e implican a los líderes comunitarios y a responsables de instituciones resultan especialmente eficaces para cambiar actitudes y comportamientos. Todas las etapas de planificación y ejecución de los programas sobre violencia contra las mujeres y las niñas deben incluir procesos participativos que impliquen a las comunidades, incluidos los sobrevivientes. Sin el apoyo del sector público y/o de los líderes comunitarios, las intervenciones pueden no tomarse en serio y, a veces, no llevarse a cabo enteramente. También es importante asegurarse de entablar alianzas sólidas con las organizaciones de la comunidad, a fin de aprovechar la gran variedad de conocimientos que han ido adquiriendo en su labor para combatir la violencia contra las mujeres y las niñas. (Véanse también los Principios rectores.)
3. Adaptar los programas de modo que queden satisfechas las necesidades de diversas poblaciones, en particular aquellas que están más marginadas. Es fundamental que los programas tengan en cuenta las vulnerabilidades especiales de las personas cuyas necesidades se ven modificadas por determinados contextos (p. ej., las personas que viven en zonas de conflicto, las personas internamente desplazadas, personas en campamentos vs. personas en zonas urbanas, repatriados, etc.), así como de los grupos más desfavorecidos y marginados (p. ej., las mujeres con discapacidades, los adolescentes, las personas LBTI, las mujeres y las niñas, las mujeres ancianas, las minorías étnicas o religiosas, etc.). Toda elaboración de políticas y programas debe practicar un análisis de los distintos contextos y factores que aumentan el riesgo de violencia y contribuyen a la recuperación de los sobrevivientes. (Véanse también las consideraciones sobre las poblaciones marginadas.)
4. Elaborar programas según enfoques verticales e integradores. Los programas verticales son aquellos que actúan con una independencia relativa respecto de los demás programas. Su principal objetivo es poner fin a la violencia contra las mujeres y las niñas. La integración es cuando las intervenciones en materia de violencia contra las mujeres y las niñas se incorporan a otros programas que no se centran específicamente en este asunto (por ejemplo, los proyectos de agua y saneamiento). Estos enfoques no sólo son útiles de por sí, sino que se refuerzan entre ellos. Los programas verticales son imprescindibles para apoyar actividades con objetivos concretos que requieren una acción específica. Además, fomentan la innovación. La integración puede resultar útil para evitar que la violencia contra las mujeres y las niñas quede relegada a un margen y se considere un problema de “otros”, ya que ofrece un planteamiento holístico a partir del cual todos los actores, sectores y grupos temáticos asumen su parte de responsabilidad en prevenir y dar respuesta a este tipo de violencia.
5. Promover la coordinación y la cooperación en todos los niveles. La coordinación es un elemento fundamental de todas las actividades de diseño, ejecución y supervisión de las intervenciones en materia de violencia contra las mujeres y las niñas. La coordinación ha de ser nacional, subnacional y regional, y debe existir dentro y entre las diferentes organizaciones que trabajan sobre el terreno. La coordinación no es asunto exclusivo de las personas que trabajan en programas específicos sobre la violencia contra las mujeres y las niñas y/o de quienes representan a sectores clave de respuesta a esta violencia; es de suma importancia que los socios gubernamentales, los promotores de los derechos humanos, los representantes del sector humanitario y otros se impliquen a su vez en las labores de coordinación. (Véanse también el apartado sobre Coordinación y el módulo Respuesta coordinada.)
6. Emprender acciones de promoción en todos los niveles a fin de elevar el nivel de conciencia sobre las cuestiones de violencia contra las mujeres y las niñas, y garantizar intervenciones seguras, éticas y eficaces en este ámbito. La promoción proporciona los medios para influir positivamente en la adopción de decisiones relacionadas con la violencia contra las mujeres y las niñas. Habida cuenta de la naturaleza delicada y, a menudo, política de la violencia contra las mujeres y las niñas, unos planes sólidos y flexibles resultarían especialmente útiles para lograr los objetivos de política y reforma. (Véase también el apartado sobre Promoción.)
7. Buscar resultados a corto y medio plazo para la eliminación de la violencia contra las mujeres y las niñas, en el marco de una estrategia a largo plazo. Las iniciativas para poner fin a la violencia contra las mujeres y las niñas en emergencias humanitarias suelen basarse en la evaluación de las necesidades urgentes. Sin embargo, es fundamental que los programas adopten una perspectiva largoplacista basada en una teoría del cambio paulatina, de modo que los objetivos de corto y medio plazo se revisen de forma periódica y se adapten a los objetivos ya completados y a la experiencia adquirida.
8. Supervisar las intervenciones en materia de violencia contra las mujeres y las niñas de un modo más eficaz Sin mejores datos nacionales y locales que indiquen el impacto de los programas sobre violencia contra las mujeres y las niñas, será difícil constituir una sólida base de pruebas que sustente con éxito los enfoques destinados a poner fin a la violencia contra las mujeres y las niñas en contextos humanitarios. La supervisión ha de formar parte de todos los programas que abordan la violencia contra las mujeres y las niñas.